Vosotros sois la luz del mundo

«Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada encima de un monte» (Mt 5,14). 

A mi me gusta usar la analogía de la lámpara de queroseno para explicar la santidad de las familias.

¿Alguna vez has visto una lámpara de aceite? Empezando por la parte de abajo, suele haber una parte que contiene queroseno, la mecha suele estar empapada en este y se deja un trocito en la parte superior para poder encenderla. Después, está el cristal transparente alrededor de la llama, dejando un hueco por arriba para que salga el aire. 

El aceite, se utiliza a menudo en parábolas de la Biblia. No solo representa tipos de curaciones (Mc, 6,13) y la unción (la unción de Salomón y la de María a los pies de Jesús), sino también las buenas acciones (parábola de las vírgenes).

Todas ellas las podemos encontrar en la naturaleza de la maternidad.

Cuando un niño se cae y se hace daño, o se pone enfermo, normalmente la madre es la que le cuida, le cura las heridas, le prepara la sopita y está al cuidado del niño. A menudo, también en el hogar, el toque tierno y maternal de la mujer se puede sentir y ver. Flores en la mesa o un altar para la Virgen, comidas preparadas al gusto de cada miembro de la familia (¡las madres siempre sabes qué nos gusta y cómo nos gusta!), mantener la casa limpia y ordenada y ¡el horario de cada uno! ¡Menuda tarea! Este darse, esta entrega, nace de la propia entrega, del fiat de la Virgen. Este eco de su “¡Sí!”, da vida, no solo biológica, sino también espiritual. El venerable Fulton Sheen nos dice que, «los momentos más infelices de una mujer son cuando no se da; sus momentos más infernales son cuando se niega a dar».

De esta manera podemos asociar la mecha empapada en aceite, en la lámpara, a la mujer. La mecha no solo se empapa del aceite de buenas obras y de la curación, sino en la entrega cuando arde y es consumida por la llama. Porque cuando una mujer se da, se hace eco de la vida y luz de Dios a los demás.

Y, ¿qué hay de los hombres?

Los hombres, de constitución fuerte, mantienen y protegen a la familia. Como cabeza de esta, el hombre reza para que Dios proteja a su familia, y como un guardián, está al tanto de los peligros que amenazan con dañar a cada miembro de su familia. Cuanto más se esfuerce por morir a sí mismo y ser más virtuoso, más se parecerá a Cristo. Cuánto más sea purificado por la fe y la esperanza, más permite que pase a través de él y brille en él la luz de Cristo.

De ahí que podamos asociar al hombre con la chimenea de vidrio. El esposo que protege la familia, protege la luz dentro de la familia de ser apagada por el vendaval del materialismo, el secularismo y el individualismo. Su estar muriendo a sí mismo constantemente y su lucha por la virtud facilitan la entrega y que la mecha arda, manteniendo viva la luz de Cristo, la alegría y el testimonio de la armonía de la Trinidad.

Después de todo, uno enciende una lámpara con la intención de alumbrar la oscuridad, con el deseo de ver.

 Pero, ¿ver qué, ver a quién?

Para poder ver al Dios Trinitario – vivo, en movimiento, inspirando, dirigiendo, protegiendo, amando y muy activo en la vida de su obra maestra en la tierra, el hombre. Nuestra existencia da gloria a Dios.

«Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra… Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó» (Gn 1, 26-27).

«Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada encima de un monte» (Mt 5,14). 

-Winnie Ng, Singapur