“Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5, 8).
¡Ya tengo todo el tema de la modestia y del baile controlado! Está claro que no debería revelar lo que debe permanecer oculto. Debería ser más cuidadosa a la hora de elegir mi vestuario y en la forma de actuar delante de los demás, especialmente si son del sexo opuesto. Todo esto es verdad, pero es solamente un primer paso.
Hablemos sobre la pureza. Es una virtud muy bella, pero esto no quiere decir que sea fácil de vivir. Seamos sinceros. Aunque revises tu armario y te deshagas de toda la ropa indecente que tengas, es posible que todavía siguas teniendo problemas para vivir bien la pureza.
El lado positivo de todo esto es que, mientras haya una lucha, estás en el camino correcto. Si no hay lucha, no hay victoria. Así que no te desesperes. No es imposible vivir la pureza.
Hay algo que debes tener claro: la pureza es una batalla que no puedes ganar tú solo. Dios esta más que dispuesto a acudir en tu ayuda. Es un trabajo en equipo. Tú, por tu parte, necesitarás unas cuantas armas:
1.- La virtud y el regalo de la castidad. Esto requerirá tu propio esfuerzo, pero también la gracia de Dios. Pídelo y podrás amar con un corazón sincero e indiviso.
2.- Pureza de intención. Sé auténtico, no un impostor “cuya contemplación excita la pasión de los necios” (Sab. 15, 5). Si quieres encontrar y cumplir la voluntad de Dios en todo, esta es la única manera de hacerlo.
3.- Pureza de la vista interna y externa. La entrada en el mundo de la impureza suele comenzar por los ojos, pero no termina allí. Si no aprendes a controlar lo que ves, tus sentimientos y tu imaginación tomarán el control de la situación. Comienza a educar tu mirada y verás cómo cambia tu corazón.
4.- Oración. No cometas el error de pensar tú puedes hacerlo solo. La pureza del corazón se consigue, en primer lugar, a través de la unión con Dios en la oración. Esto es lo que San Agustín dice al respecto: “Creía que la continencia se había de alcanzar con nuestras propias fuerzas naturales, las cuales no las veía en mí, siendo tan ignorante que no sabía, según dice la Sagrada Escritura, que nadie puede ser continente si Vos no le dais esta virtud. Y ciertamente me la hubierais dado, si con gemidos íntimos de mi corazón os la hubiera pedido, y con una firme confianza hubiera colocado en Vos todos mis cuidados (Confesiones, Cap. XI, N. 20)”.
Pues de esto se trata: si quieres vivir la pureza, ten tus armas listas y pelea.