Introducción a los temperamentos

Un escultor no puede crear una obra de arte a no ser que disponga de la materia prima necesaria. Una vez obtenido el material, lo moldea, le da cuerpo y a veces incluso lo cincela para que adquiera la forma que tiene en mente. No importa el material del que se trate: madera, arcilla, mármol, granito, bronce… Cada uno tiene propiedades particulares y se manipula de una manera específica para convertirse en la obra de arte que el escultor concibe en su mente.

En la vida espiritual, la “materia prima” de la que estamos hechos se puede equiparar a nuestro temperamento. Todos nacemos con un conjunto de rasgos de personalidad e inclinaciones particulares que afectan nuestra forma de reaccionar y de decidir. Dios, el escultor, quiere moldearnos para que lleguemos a ser una obra de arte, una verdadera obra maestra. Pero, como dice San Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Dicho de otro modo: Dios, que te hizo tal como eres y te dio tu temperamento, no te moldeará, no te convertirá en su santa obra maestra, a no ser que le dejes esculpirte.

Aunque nuestro temperamento es el material que Dios (y nosotros mismos) tenemos que trabajar para forjar nuestro carácter, es importante recordar que también estamos sometidos a la influencia de nuestro entorno, de las personas que nos rodean, etc. Hay una multitud de factores que afectan de una manera u otra a lo que somos y a lo que decidimos. Sin embrago, es crucial conocer nuestro temperamento, porque nos ayuda a entender por qué pensamos, sentimos y actuamos de la manera en que lo hacemos. También nos ayuda a entender mejor al prójimo y, por lo tanto, a ser más caritativos.

De manera general, los temperamentos se pueden clasificar en cuatro tipos: colérico y sanguíneo (los temperamentos más extrovertidos), y melancólico y flemático (los temperamentos más introvertidos).

Aunque todos poseemos los cuatro temperamentos en cierto grado, siempre predomina uno de ellos. Además, normalmente poseemos un temperamento secundario un poco menos marcado que el predominante. Cada uno de los cuatro temperamentos se caracteriza por tener sus fortalezas y sus debilidades, sus buenas y malas cualidades, y ninguno es mejor o peor que otro.

En este apartado veremos en detalle cada uno de los cuatro temperamentos básicos y examinaremos sus aspectos positivos y negativos. Asimismo, para superar las malas cualidades, se te proporcionarán herramientas útiles y ejemplos de santos a los que poder emular. Sea cual sea tu temperamento predominante es importante que recuerdes que es Dios quien te lo ha dado, y con el cual Él sabe que puedes llegar al cielo y espera que lo hagas (llevando contigo a tantas almas como puedas).