Mª Cristina, de veintiséis años, murió de cáncer el 22 de octubre de 1995 por no querer abortar. Renunció a curar su tumor maligno por salvar la vida del hijo que llevaba en su seno. Un gesto extraordinario, una opción que se parece mucho a la de otras madres, como Gianna Beretta Molla, canonizada por Juan Pablo II, y Chiara Corbella, aunque no son las únicas.
Mª Cristina Cella, no permitió que los médicos curasen su enfermedad para no poner en peligro la vida de su niño, el tercero de sus hijos. Murió en Carpané, un pueblo a los pies del Brenta, en Italia. «Cuando supimos que estabas -escribió Mª Cristina al pequeño Ricardo, desde su cama en el hospital, un mes antes de su muerte- te hemos amado y querido con todas nuestras fuerzas. Tienes que saber que no estás aquí por casualidad. Cuando te moviste por primera vez, parecía que me decías: “¡Gracias mamá porque me quieres!”. ¿Y cómo no podríamos quererte? Tú eres precioso, y cuando te miro y te veo tan guapo, tan vivaz y simpático pienso que no hay sufrimiento en el mundo que no merezca la pena por un hijo».
Mª Cristina Cella, antes de casarse, vivía en Cinisello Balsamo, Milán (Italia), con sus padres y un hermano. Durante el verano iba a Valstagna, cerca de Vicenza. Fue en una de estas breves vacaciones cuando conoció a Carlos Mocellin, en agosto de 1985. Ella tenía dieciséis años y él diecinueve. En aquella época, Cristina se había decidido ya por la vida religiosa, pero cuando conoció a Carlos se sintió llamada a otra elección. Hizo leer su diario a Carlos para que conociese sus sentimientos religiosos y ambos se sintieron llamados por el Eterno padre a la vocación matrimonial.
En agosto de 1987 le diagnosticaron un sarcoma en la pierna. Después de una intervención quirúrgica empezó la quimioterapia. Más tarde el mal parecía desaparecer y los médicos dieron muchas esperanzas. Mª Cristina y Carlos decidieron casarse y enseguida llegaron los hijos. Primero Francisco, en diciembre de 1991, y después Lucía, en julio de 1993, y finalmente Ricardo.
En el último embarazo reapareció la enfermedad y Mª Cristina, la “mamá coraje”, como la definieron, rehusó la quimioterapia para salvar al niño que llevaba dentro de sí. Los médicos mismos, viendo su firmeza y compostura, no se atrevieron a insistir. Fue de nuevo operada y, solo después del parto, tratada con radioterapia. Pero el mal ya había atacado los pulmones y, a partir de ese momento, su vida se volvió un calvario hasta la muerte, el 22 de octubre de 1995.
«Creo que Tú quieres solo mi felicidad. Haz de mí lo que quieras -escribía Mª Cristina en su diario, el 30 de septiembre de 1985-; quiero creer que lo que Tú escojas y me indiques será el camino para llegar a la alegría plena». Y de nuevo, durante la terapia, escribía: «Sufrimiento: una palabra que nadie querría experimentar. Sin embargo, Tú, Señor, has querido que yo sintiese mínimamente lo que Tú has sentido cuando nosotros los hombres te hemos matado. Gracias, porque al final he entendido cuán profundamente Tú me quieres, tratándome como amiga predilecta».
«La comunidad rezó mucho por su curación -dice D. Teófano Rebuli, párroco de Carpané y padre espiritual de Cristina-. Todas las tardes se rezaba el Rosario en la iglesia por Cristina. Pero Dios, y quizás Cristina también, han realizado el milagro de la serenidad y de la unidad. Carlos, su familia, los abuelos y toda la comunidad de Carpané, han vivido los momentos tristísimos de la muerte con inmensa compostura, con envidiable serenidad, inexplicable si no es por la fe. Cristina ha realizado, con su sufrimiento y su fe, un gran milagro por el pueblo: hoy la comunidad está unida y se siente llamada a crecer en aquella fe de la cual Cristina ha dado testimonio».
Carlos habla hoy de Cristina con mucha paz y fe: «Mi vida con ella ha sido maravillosa; si yo pudiese volver atrás, estaría dispuesto a revivir todos los momentos de alegría y de sufrimiento, porque nuestro camino ha sido un camino de fe hacia el Padre. Cristina ya ha llegado a la meta y nosotros sabemos que un día el Eterno Padre nos llamará a abrazarla en la alegría del Cielo». «Cristina -continúa Carlos- aun conociendo su suerte, no dudó nunca de la ayuda divina, sabía que, si Dios le pedía tanto, le daría también mucho; sabía que Dios pensaba en el bien de nuestros tres pequeños tesoros».
Los niños saben todo lo de su madre. «Saben que está en el Cielo con Jesús y que está siempre cerca de nosotros. Están tranquilos porque ven que su papá está tranquilo. Nos faltará la presencia física de Cristina, mas no nos falta su amor y su apoyo ahora que está cerca del Señor».