Orar con la oración que el mismo Jesús nos enseñó

Voy a empezar contándoos una experiencia personal. Una mañana, me estaba costando centrarme durante el tiempo de oración y pedía constantemente ayuda al Señor sin -aparentemente- mucho éxito. De repente el Espíritu Santo me movió interiormente a dirigirme a Jesús diciéndole: «Jesús, enséñame a orar», e inmediatamente me vinieron a la cabeza estas preguntas: ¿cómo sería la actitud de Jesús al iniciar su oración? ¿Cómo sería su trato íntimo con el Padre? ¿Qué palabras le diría? Y mientras me hacía todas estas preguntas experimentaba cómo Jesús se reía un poco de mí y me decía: «Todo os lo he enseñado, nada me he guardado para mí». Y me dirigí al pasaje del Evangelio de san Lucas 11, 1-5 y, una vez más, empecé mi oración. 

Cuando pienso en la actitud de Jesús cuando oraba, pienso en el silencio interior, en el recogimiento que debía tener aun en medio de todas las actividades que iba realizando y, a la vez, me viene el pasaje de la Transfiguración: su rostro debía estar lleno de luz, de paz, hasta el punto de llamar la atención de sus discípulos que, a pesar de sus imperfecciones y cobardías, se animaron a decirle: «Señor, enséñanos a orar». Con esto vemos cómo Jesús deja traslucir la importancia de la unión con Dios para poder llevar a cabo la misión a Él confiada.

Podemos comprender el valor que Jesús da a su vida de unión con el Padre. Por eso, para el cristiano, la oración es fundamental para mantenerse en el camino de santidad. Jesús estaba en constante oración, por eso nos llama a esa continua unión con Él, aun en medio de nuestros trabajos.

En el Padre Nuestro, Jesús nos está revelando su íntima relación con el Padre, su intimidad, los secretos más profundos de su Corazón misericordioso y, además, nos llama a tener con Él la confianza de un hijo con su Padre; y no solo eso, sino que nos eleva a la dignidad de hijos de Dios, porque al enseñar a sus discípulos a orar, les dice: «Cuando oréis, decid: “Padre Nuestro”».  Aquí, Jesús hace de Pontífice, es decir, de puente entre el hombre y Dios; y nos enseña a hablar con el Padre con sus mismas palabras.

Al poner la palabra Padre al principio de su oración, Jesús quería producir en nosotros los mismos sentimientos que Él abrigaba en su interior. Por eso se puede comprender cuánto le agrada el que este pensamiento fundamental de su trato con Dios halle un eco fiel en nuestras oraciones. 

Si quieres profundizar en esta oración, que es una auténtica reseña de cómo relacionarnos con Dios, pincha este link: https://es.catholic.net/op/articulos/16901/el-padrenuestro.html#modal y hallarás una extensa y útil explicación. 

Después de haber profundizado un poco en la oración de Jesús, os animo a que cada día, en vuestra oración personal, le pidáis la gracia de ahondar en la riqueza de ese diálogo confiado de un Padre con su hijo, porque eso es el Padrenuestro, una oración en la que Jesús vuelca todo su corazón. 

Espero que os ayude a emprender una constante comunicación con Dios Padre, que os conoce y quiere revelarse a vuestras almas como un Padre bueno y providente, como ese Padre misericordioso y justo, que busca nuestra santidad hasta el punto de enviar a su propio Hijo como víctima de amor supremo por nuestra salvación.


Hermana Erika

Me llamo Hna. Erika María del Corazón Misericordioso de Jesús y soy Sierva del Hogar de la Madre desde 2017.
Me presento a vosotros como «Hija de la Misericordia» porque, fruto del infinito amor que Dios tiene por mí, esperó a la puerta de mi corazón sin cansarse de llamar y mendigar mi amor. Y, aunque estuve al borde de no responder a su llamada, Dios que es bueno, salió una vez más a mi encuentro después del terremoto del 2016, que tuvo lugar en Ecuador. Después de una conversación con un sacerdote, mi vida cambió con una sola pregunta: «si ahora te presentases delante de Dios, ¿cómo te verías? En cuestión de segundos, Jesús me concedió la gracia de poder recapitular toda mi vida y, ante su mirada misericordiosa me encontré desnuda de virtudes y llena de pecados, sin poder mantener la mirada. De repente Jesús me revistió de una nueva vestidura y me repetía: «mira, todo lo hago nuevo».
Así que, ánimo, no tengáis miedo de mirar a los ojos a Aquel que, por su amor, todo lo hace nuevo.