La devoción al Corazón de Jesús es un tesoro inmenso que nos ha regalado Dios en su infinita misericordia, y pocas veces caemos en la cuenta de todo lo que esta gran devoción significa para nuestras vidas.
Tener devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es como decir que nos gusta mucho una parte del cuerpo de Jesús, como a quien le gusta su mano o su cabeza, sino que es reconocer que Jesucristo fue hombre verdadero y, como hombre, tuvo corazón, y ese corazón humano está enamorado de cada uno de nosotros, de ti, de mí. Con amor infinito te busca, espera que le mires, que le correspondas, que acojas todo el amor que Él quiere darte. Es un amor humano pero perfecto, incondicional, que lo puede todo. Y ese Corazón humano sufre, como tú y como yo, y no es insensible a todo lo que te pasa ni tampoco lo es a nuestra respuesta a su amor. Tal y como le dijo Jesús a Santa Faustina Kowalska, el amor solo exige una cosa: reciprocidad.
Muchas veces, al hablar de una persona que es muy buena y que reúne muchas virtudes, decimos: ¡Qué gran corazón tiene!, o: ¡Esta persona es todo corazón! Al hablar del corazón de Jesús sucede lo mismo, toda su bondad, su misericordia, su amor, su fidelidad, su cercanía... todo se reúne en su Corazón, se concentra ahí y se entrega diariamente a ti en el sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre. ¿Y por qué ahí? Para que sintamos su presencia de manera real, para que su cuerpo y la sangre que brota de su corazón sea palpable por nuestros sentidos al comulgar, y toda su humanidad se acerca así a la nuestra y nos envuelve.
¡Ojalá recuperemos la verdadera devoción al Corazón de Jesús! Ojalá seamos capaces de responder a este desbordamiento de amor del Señor por cada uno de nosotros, y de una forma humana. Se ha rebajado tanto para que podamos entenderlo, para que podamos amarle y dejarnos amar con sencillez. Ojalá podamos acoger este amor y entregarle el nuestro en cada uno de nuestros hermanos, en su Cuerpo místico, la Iglesia, y viviendo con verdadero amor y acción de gracias la Eucaristía. Pídele perdón por tantas eucaristías recibidas con desprecio o indiferencia, en las que hemos dejado verter su sangre y no hemos acogido la gracia de su amor.
Pidamos a la Virgen María que ponga en nosotros su mismo Corazón. Ella, que fue Madre de Jesús, seguro recibió del Padre, al consagrarla para Él, un Corazón semejante al de su Hijo. ¡Ojalá se produjera esto mismo en nosotros! Que no nos cansemos de buscar a Jesús que nos mira, nos ama y espera que le miremos y nos lancemos a su amor de una manera incondicional y permanente.
Me llamo Beatriz. Soy enfermera y pertenezco al Hogar de la Madre de la Juventud. Hace unos años, participé en un viaje misionero a Ecuador en el que me di cuenta de la importancia de la presencia real de Cristo en mi vida. Yo había sido siempre católica, pero estaba más centrada en mí misma que en Dios. Caí en la cuenta de que una vida que no se entrega, se pudre y de que viviendo para mí y en mi superficialidad, perdía lo que Dios me había dado hasta ahora. Ver que el Señor me había estado acompañando siempre, que me amaba y que sufría por mi falta de fidelidad, cambió radicalmente mi vida. Me empujó a querer ir al Cielo dejando la superficialidad, luchando cada día por ser santa y llevando a los demás el tesoro tan grande que un día encontré. Por ello, intento compartir la alegría de la fe con todos, especialmente con los jóvenes, y un medio para ello es a través de este blog. ¡Rezad por mí!