El vuelo de un águila: desear ardientemente la santidad

Al P. Rafael, fundador del Hogar de la Madre, le hizo gracia descubrir que muchos estadounidenses consideran que la espiritualidad del Hogar de la Madre es “too intense” (demasiado intensa). ¿Cómo podemos exigir a los jóvenes católicos que vivan en castidad hasta el matrimonio? ¿Cómo podemos esperar que los jóvenes no salgan de fiesta los fines de semana? ¿Cómo podemos siquiera soñar que van a evitar las ocasiones de pecado?

Somos tan "intensos" porque estamos convencidos de que los jóvenes pueden ser santos. Tal vez, una de las razones por las que hay tan pocos católicos convencidos entre los jóvenes es, precisamente, el hecho de que se espere de ellos que hundan los pies en la mundanidad y chapoteen en el pecado sin caer de cabeza. Solo los que por algún milagro tienen una concupiscencia muy débil y no caen muy a menudo, o los que caen constantemente pero están dispuestos a ser hipócritas, seguirán "practicando" la fe. Habiendo sido llamados a volar como águilas, terminan como gallinas con los pies atados (cf. Santa Teresa, Libro de la vida, cap. 39).

¿Por qué buscar la santidad? Es el sentido de nuestra vida. Es la finalidad con la que Dios nos creó. Es la motivación de la Encarnación, la Pasión y la Resurrección de Cristo. Nuestro objetivo no es solo salvarnos. "Bueno… ya lo compensaré en el purgatorio...". ¡No! Nuestra meta es mucho más alta. Si Dios se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios (San Atanasio), es decir, para que llegásemos a estar unidos a Dios, ¿cómo podemos conformarnos con lo mínimo y tener la conciencia tranquila? Santa Teresa nos anima una y otra vez a tener un ardiente deseo de santidad: “Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas” (Santa Teresa, Libro de la vida, cap. 13), o dicho en nuestras palabras: me impresiona lo importante que es en el camino [de la santidad] tener el deseo de grandes cosas. En lugar de ver la santidad como si tuviéramos que dar siempre más cosas a Dios, deberíamos verla como si estuviéramos dispuestos a recibir más de su amor. Por supuesto que, si queremos recibir su amor con un corazón abierto, debemos dejar atrás nuestros pecados y apegos, pero la fuerza para hacerlo viene de Él. La alegría que Él nos da como recompensa –en esta vida y en la eternidad– es mayor que cualquier cosa que podamos imaginar. 

En artículos anteriores sobre este tema ya he subrayado la importancia de los sacramentos, la virtud, la dirección espiritual, el abandono de los apegos y la confianza en Dios en la búsqueda de la santidad. Antes de concluir, me gustaría revelaros un pequeño secreto. He citado a Santa Teresa al hablar sobre la santidad, pero, en realidad, el tema del que ella escribía en su contexto era el de la oración. De hecho, a menudo identifica e intercambia los conceptos de santidad y oración mientras escribe. La santidad, el verdadero amor a Dios, la unión con Dios se consigue a través de la oración. Si el deseo de santidad empieza a florecer en ti, tienes que reservar tiempo para la oración en silencio. Allí, en lo más profundo de tu alma, Dios te transformará y te encenderá con su amor infinito. Entonces, ¡podrás ser verdaderamente santo!