Terminamos nuestro último artículo diciendo que esperamos descubrir el aspecto sacramental de la sexualidad humana. Dicho así, puede sonar muy complicado. Puede ser útil tener presente una definición muy sencilla de Sacramento: "Signo visible de una realidad invisible". Esto se utiliza normalmente para hablar de los siete Sacramentos como signos visibles de la gracia invisible que comunican. En el Sacramento del Bautismo, por ejemplo, el signo visible del agua apunta a la realidad invisible del alma que queda limpia de toda mancha de pecado. No podemos ver el alma, por lo que el signo visible nos ayuda a comprender lo que sucede. En lo que hemos estado hablando, sacramento se refiere a la realidad invisible que la sexualidad humana está destinada a revelar. No somos sólo cuerpos hechos de materia y la relación sexual no es sólo biología: apunta a algo mucho más profundo.
Cuando Dios decidió crear al hombre, nos dice misteriosamente que estamos hechos a su imagen: "a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó (Gn 1,27)". ¿Te has parado a pensar por qué, al hablar de la imagen y semejanza de Dios, la Biblia especifica "varón y hembra los creó"? ¿No habría bastado con decir que creó al ser humano a su imagen y semejanza? En este texto, el Espíritu Santo está llamando nuestra atención sobre algo muy importante: el hombre y la mujer, precisamente en su complementariedad y diversidad sexual, son una realidad sacramental - están haciendo visible algo que de otro modo sería invisible, ellos mismos son un sacramento.
Cuando Juan Pablo II analiza el relato de la creación del Génesis debemos recordar su formación en fenomenología. A menudo se va a preguntar por la experiencia que el hombre tiene de la realidad antes de la Caída, antes de que la realidad se viera estropeada y deformada por el pecado y el egoísmo. Conviene que nosotros también lo tengamos presente. La Biblia nos dice que Adán y Eva estaban desnudos, pero que no sentían vergüenza. La vergüenza sólo aparece como resultado del pecado, cuando la mirada del otro nos convierte en un objeto para su propio placer. En su inocencia y pureza de corazón originales, ninguno de los dos hizo del otro un "objeto". El cuerpo desnudo era expresión plena del quién de cada uno: la materia era expresión transparente del alma espiritual y, por tanto, de todo el ser del hombre. Lejos de experimentar vergüenza, el cuerpo desnudo les presentaba la conciencia de que eran un don el uno para el otro.
El cuerpo masculino es diferente del femenino y viceversa. Es precisamente la diversidad que permite la complementariedad. El hombre descubre tanto en su cuerpo como en su experiencia original que ha sido hecho como don para el otro. El cuerpo del hombre y de la mujer, incompleto por sí mismo, indica la vocación a unirse al otro en el amor. Los dos pueden convertirse en una sola carne porque han sido hechos el uno para el otro. La complementariedad de los cuerpos masculino y femenino revela que sólo a través del don de mí mismo alcanzaré la plenitud de la que carezco por mí mismo. El hombre y la mujer han sido creados como comunión de personas. Esta unión visible de los dos cuerpos que se convierten en una sola carne es, según Juan Pablo II, el sacramento primordial de la creación: Sólo el cuerpo es "capaz de hacer visible lo invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para trasladar a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde tiempo inmemorial en Dios, y ser así signo del mismo".
Esto nos ayuda a comprender mejor lo que significa que Dios nos haya creado a su imagen y semejanza. Quiere que el hombre y la mujer sean una expresión visible de su realidad invisible. La unión del hombre y la mujer señala la imagen de Dios en su totalidad: Dios es comunión de personas que da fruto. Dios es amor y la naturaleza del amor es expansiva; quiere manifestarse. Dios nos hizo así a nosotros y a nuestros cuerpos para que mostráramos por fuera cómo es Dios por dentro. Dios no sólo es comunión de personas en el amor, sino que comunica su propia naturaleza con nosotros. La comunión de Adán y Eva, intacta antes del pecado, es a la vez imagen de la comunión interna de la Trinidad y prefiguración de la unión esponsal que cada alma está llamada a tener con Dios. Al mismo tiempo, Adán y Eva descubren algo de la naturaleza de Dios mismo como Comunión de Personas y también del don de Dios a la humanidad por el que nos hace partícipes de su misma naturaleza por medio de la gracia. Como puedes imaginar, hay mucho más que decir sobre este asunto, pero eso tendrá que esperar hasta el próximo artículo.
-Hna. Miriam Loveland, SHM