Cuando declararon el estado de alarma y al ir viendo todos los cambios se nos iban imponiendo, yo tenía sensación de estar viviendo unos días extremadamente raros. A todos nos costó adaptarnos a lo que estábamos viviendo; era como estar en una película. Un sacerdote de mi parroquia nos animaba a preguntarle al Señor que es lo que quería de nosotros en esa situación. Si estábamos viviendo esto, era porque en ello Dios quería regalarnos muchas gracias. A menudo pensaba que esto podría haber pasado hace cincuenta años o dentro de cien, y que nosotros no lo hubiéramos vivido, pero Dios pensó en esta situación, quiso que la viviéramos justo ahora; Él tiene un plan para cada uno de nosotros.
Yo le pedí al Señor que me mostrara mi camino en medio de esta aventura y que me concediera la gracia de responder a esta situación como una verdadera joven santa, como tantos jóvenes que han sabido dar una respuesta valiente a la situación que se les impone y la aprovechan para unirse más a Dios y entregarse verdaderamente a Él.
Yo soy estudiante de enfermería, estoy en el último año, y a las pocas semanas de comenzar con el estado de alarma, desde la Universidad se nos informó que, los que quisiéramos, podríamos colaborar en los hospitales de manera voluntaria como apoyo enfermero. Era la oportunidad que el Señor me daba para entregarme a Él en mis hermanos.
Me asignaron a la UCI. Al estar contratada como apoyo enfermero no estaría en contacto directo con pacientes, sino que ayudaría a las enfermeras con otras tareas como preparar medicación, organizar material y entregárselo, rellenar gráficas, monitorizar constantes, etc.
Las primeras semanas fueron horribles. Todo era un caos, había muchísima tensión en el ambiente, las enfermeras estaban sobrecargadas, trabajábamos todo el turno con muchísima tensión, los pacientes se morían solos, sin nadie que pudiera avisar a las familias y sin nadie que pudiera velarlos como se merecían, porque no había tiempo.
Esos días, para mí fue un regalo poder hacer oración. Recuerdo que solo podía mirar al Señor y no decirle nada, solo descansar en Él. El Señor es un verdadero amigo y compañero, es fiel y sabe abrazarnos cuando más lo necesitamos, con o sin palabras; su presencia te reconforta el corazón.
Fue en la oración donde el Señor, poco a poco, me fue guiando y mostrando el camino para vivir esa situación uniéndome a su Corazón. Yo estaba un poco triste, porque con todo el trabajo en el hospital no sentía que estaba siendo fiel y viviendo con profundidad mi relación con Dios en los últimos días de la cuaresma, preparando mi corazón para vivir la Semana Santa bien, con toda mi alma puesta en el Señor.
El Señor me indicaba todos los días de manera muy fuerte que mirara a María, que intentara crear en el hospital un ambiente digno de Nuestra Madre. Ella siempre sonreiría, siempre con mucha paz, acercando a todos al Corazón de su Hijo, sería sencilla, agradecida… Yo he experimentado muchas veces cómo María me acerca al Señor y me llena de paz con sus virtudes. Nuestra Madre, desde el silencio y sin ocupar los puestos principales, es capaz de hacer mucho bien en nuestras almas. Pues ahora, ella me pedía más que nunca que siguiera su ejemplo. Ella quería estar presente en el hospital, y era por eso por lo que yo tenía la oportunidad de ir, para poder llevar a Nuestra Madre y al Señor, tenía que llenarme de ellos, para que ellos obraran en mí.
Así que comencé a esforzarme en los pequeños detalles que Nuestra Madre siempre cuida: una sonrisa, un simple gracias, unos buenos días a todas las personas que pasaban cerca de mí, y muchos muchos rezos por todas las personas que están en el hospital. Poco a poco veía cómo realmente la Virgen comenzaba a reinar en el ambiente de la UCI y, al menos a mí, me llenaba de paz, la sentía muy cercana y veía cómo siempre me acompañaba y me apoyaba. Sin Ella no hubiera sido igual.
Y precisamente gracias a esto pude vivir una Semana Santa muy especial, muy cerca de ella. Me di cuenta de que la fidelidad de María en la Cruz es precisamente porque ella fue fiel antes, en lo pequeño, en el día a día en Nazaret.
Estos días de confinamiento no todos podréis ir al hospital, pero cada uno tenéis una misión en la que Nuestra Madre quiere servirse de vosotros para acercarse a las almas y conquistarlas para su Hijo. El Señor nos regala una situación preciosa para ejercitarnos en los pequeños detalles, en la caridad, en dar un poco más en cada cosa y alcanzar la santidad. Siendo fieles al Señor en nuestra casa, en nuestro Nazaret particular, esforzándonos en alegrar y acoger a nuestros padres y hermanos, nuestros San José y Jesús, así alcanzaremos la gracia de la fidelidad al Señor siempre, incluso en los momentos de cruz, tal y como nos enseña Nuestra Madre.
Rezad por mí y por todos los sanitarios, para que toda esta situación nos ayude a volver el corazón al Señor, a hacerlo todo para su gloria y a poner todo nuestro trabajo en manos de Dios, confiando en que Él hace todo para el bien de los que le aman, y que Él ha vencido; el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra. Jesús resucitado y glorioso ha venido a salvarnos y a llenarnos con la alegría de su Resurrección.
Me llamo Beatriz. Soy enfermera y pertenezco al Hogar de la Madre de la Juventud. Hace unos años, participé en un viaje misionero a Ecuador en el que me di cuenta de la importancia de la presencia real de Cristo en mi vida. Yo había sido siempre católica, pero estaba más centrada en mí misma que en Dios. Caí en la cuenta de que una vida que no se entrega, se pudre y de que viviendo para mí y en mi superficialidad, perdía lo que Dios me había dado hasta ahora. Ver que el Señor me había estado acompañando siempre, que me amaba y que sufría por mi falta de fidelidad, cambió radicalmente mi vida. Me empujó a querer ir al Cielo dejando la superficialidad, luchando cada día por ser santa y llevando a los demás el tesoro tan grande que un día encontré. Por ello, intento compartir la alegría de la fe con todos, especialmente con los jóvenes, y un medio para ello es a través de este blog. ¡Rezad por mí!