Volvemos a coger el tema que nos está ocupando desde hace algunos meses: El Magisterio. Hoy toca ver la segunda categoría de verdades que todo fiel católico ha de creer. Recordemos que fue Juan Pablo II quien añadió esta categoría al Derecho Canónico en el año 1998 mediante la Carta Apostólica Ad Tuendam Fidem y que lo hizo con el deseo expreso de defender la fe católica contra posibles amenazas por parte de teólogos que opinaban que estas verdades eran debatibles. Ya que el Papa juzgó necesario custodiar estas verdades con un nuevo párrafo del Derecho Canónico, nosotros también nos vemos con la responsabilidad de formarnos acerca de este tipo de verdades. El segundo párrafo del canon 750 dice así:
§ 2. Asímismo se han de aceptar y retener firmemente todas y cada una de las cosas sobre la doctrina de la fe y las costumbres propuestas de modo definitivo por el magisterio de la Iglesia, a saber, aquellas que son necesarias para custodiar santamente y exponer fielmente el mismo depósito de la fe; se opone por tanto a la doctrina de la Iglesia católica quien rechaza dichas proposiciones que deben retenerse en modo definitivo.
Esta segunda categoría de doctrina se puede denominar «doctrina definitiva». Ratzinger explica en la Nota ilustrativa que publicó la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1998, que incluye «todas aquellas doctrinas que son necesarias para custodiar y exponer el depósito de la fe, aunque no hayan sido propuestas por el Magisterio como formalmente reveladas». Estas verdades, por lo tanto, no han sido proclamadas como reveladas divinamente, pero podrían llegar a serlo un día. De momento han sido declaradas como necesarias y, por lo tanto, definitivas. La idea es lo siguiente: Nuestro encargo como Iglesia es custodiar el depósito de la fe que Dios mismo nos ha encomendado. En la fiel guardia y la clara exposición de las verdades que pertenecen al depósito, es necesario afirmar a su vez otra serie de verdades. Son estas que la Iglesia declara en esta segunda categoría como necesarias y definitivas con una sententia definitive tenenda.
Merece la pena mencionar, aunque no tengamos tiempo para profundizar más, que existen dos clases de necesidad: necesidad lógica y necesidad histórica.
Estas verdades han de ser aceptadas firmemente y creídas por la fe, igual que la doctrina de fe divina y católica. Sin embargo, el asentimiento de la fe a estas verdades no se funda en Dios mismo, como en el caso de las verdades divinamente reveladas, sino en la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio y sobre la doctrina de la infalibilidad. Es decir, que ya que la Iglesia goza de la asistencia del Espíritu Santo en estas materias y ha proclamado ciertas verdades como definitivas, yo, fiel católico, doy mi asentimiento, un asentimiento tan firme como si fueran verdades divinamente reveladas. Negar estas doctrinas significa no estar en plena comunión con la Iglesia católica.
Algunos ejemplos de doctrinas definitivas son: la enseñanza sobre la ordenación sacerdotal reservada solo a los hombres, la ilicitud de la prostitución y de la fornicación, la legitimidad de la elección del Sumo Pontífice y la canonización de los santos.
Tanto la doctrina de fe divina y católica como la doctrina definitiva pueden ser promulgadas en tres posibles modos: por medio de un juicio solemne del Romano Pontífice, por el Colegio de los Obispos reunido en concilio, o por medio del Magisterio ordinario y universal. Hemos visto las tres posibilidades en el artículo en el que tratamos el tema de la infalibilidad, pero conviene subrayar el tercer modo. Ratzinger explica que se considera que la enseñanza infalible del Magisterio se expresa de este tercer modo «mediante una doctrina implícitamente contenida en una praxis de la fe de la Iglesia derivada de la revelación o de todas maneras necesaria para la salvación, y testimoniada por la Tradición ininterrumpida». En este sentido se entiende que la doctrina que se propone como definitiva, normalmente no venga promulgada con una expresión particular sino que «es suficiente que sea clara en base al tenor de las palabras usadas y del contexto».
Que el Señor nos siga iluminando acerca de las doctrinas que hemos de profesar como fieles suyos. Pedimos también que Nuestra Madre nos mantenga siempre fieles a su Hijo Amado que se proclamó como el Camino, la Verdad y la Vida.
-Hna. Miriam Loveland, SHM