Vamos a interrumpir la serie sobre los diez mandamientos para poder tratar algo que hoy puede ser de mucho interés: el depósito de la fe. ¿Qué significa «depósito»? ¿Qué es el depósito de la fe? Y ¿qué tiene que ver con mi vida?
San Pablo utiliza la imagen de un depósito en su segunda carta a Timoteo cuando le exhorta a guardar «el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros» (2 Tim 1, 14). La palabra «depósito» es una palabra que se utilizaba –y se sigue utilizando– en el ámbito jurídico. Lo que se deja en depósito se encomienda al fiel custodio del depositario, de tal forma que cuando vuelva el propietario recupere lo suyo intacto e íntegro. Si alguien me deja algo en depósito, significa que lo espera recuperar más adelante. Yo no puedo hacer con ello lo que me dé la gana. Me ha sido encomendado, pero no soy el dueño absoluto de ello y no lo he inventado yo.
Pero ¿por qué hace falta un «depósito»? La Constitución Dogmática Dei verbum explica que Dios quiso disponer las cosas de tal forma que todo lo que se reveló en Cristo para la salvación de los hombres «permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones» (DV 7). Lo que Jesús reveló no era tan solo para los hombres que vivían en Galilea al principio del primer siglo. Precisamente por eso instituyó la Iglesia para perpetuar sus acciones y sus enseñanzas: para que pudiéramos –mediante la Iglesia– tener un encuentro hoy con el mismo Jesús. Él no abandonó su Iglesia cuando subió al Cielo, sino que le dejó el depósito de la fe para guiarla.
Se llama «depósito de la fe» a lo contenido en la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. La Sagrada Escritura nos suena más, ¿verdad? Es la Palabra de Dios puesta por escrito, lo que hoy conocemos como la Biblia. Quizás la Sagrada Tradición nos parezca más misteriosa. Tiene que ver con lo que ya hemos visto de san Pablo. Jesús envió a los apóstoles a predicar y así comunicar todo cuanto habían recibido de Él –no solo la pequeña parte que luego se puso por escrito. Ese todo que trasmitían los apóstoles, aquello que habían recibido de Jesús, era mucho más que palabra escrita. La Palabra de Dios es viva y eficaz y la Palabra comunicada a los apóstoles se hizo verdaderamente vida, convirtiéndose en una tradición viva que comunicaron los apóstoles a la Iglesia y que sigue progresando con la ayuda del Espíritu Santo (DV 8). Por eso, san Pablo anima a Timoteo a guardar el buen depósito, es decir, a guardar las tradiciones recibidas de él y de los mismos apóstoles.
Este depósito de la fe fue confiado por los apóstoles a toda la Iglesia y hoy la Iglesia vive verdaderamente de esta fe recibida. En el transcurso de los siglos, la Iglesia ha podido –por influjo del Espíritu Santo– crecer en «la comprensión de las cosas y las palabras transmitidas» en el depósito (DV 8). De hecho, fue el mismo Jesús en la Última Cena quien prometió a los apóstoles que les enviaría el Espíritu Santo que les guiaría a la verdad plena (Jn 16, 13). Forma parte del plan de Dios que la Iglesia vaya progresando en la comprensión de las verdades que Jesús mismo le confió. Y para guiarnos en este progreso y asegurar que las verdades no fueran malinterpretadas, el Señor confió el oficio de interpretar auténticamente al Magisterio vivo de la Iglesia (DV 10).
Por «Magisterio» se entiende la función y autoridad de enseñar que tienen el papa y los obispos que están en comunión con él. Ellos tienen, pues, la misión de recibir el depósito de la fe como verdad revelada y ponerse al servicio de ella. Como hemos visto antes, el depositario no puede hacer con lo recibido lo que le dé la gana, sino que se ha de someter en todo a él, de tal forma «que la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer» (DV 10). Sabemos, además, que por don de Dios, el Papa goza de infalibilidad en el Magisterio cuando, por un acto definitivo, proclama la doctrina que debe sostenerse en materia de fe y de costumbres (CIC 749). Haría falta otro artículo para profundizar en el tema del Magisterio y la infalibilidad, pero de momento volvemos al depósito de la fe. Este depósito es luz definitiva e inmutable para guiar a la Iglesia. Quien se acoge a ella no se verá defraudado. Demos gracias a Dios por habernos entregado todo lo que necesitamos saber para podernos salvar, por habernos prometido siempre la asistencia del Espíritu Santo y por habernos asegurado que la Iglesia es suya y «las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18).
-Hna. Miriam Loveland, SHM